Amar, Amor y Enamoramiento no son lo mismo.
A lo largo de la historia y en diferentes culturas, los conceptos de enamorarse, amar y amar han sido interpretados de formas complejas y profundas.
El enamoramiento, fenómeno que suele verse como una condición psicológica pasajera que despierta pasiones intensas y muchas veces irracionales, generalmente relacionadas con la atracción física y emocional hacia otra persona. En su fase inicial, el enamoramiento puede compararse con una enfermedad del alma o del ego, pues puede consumir nuestra mente y emociones, llevándonos a una idealización de la otra persona y en ocasiones incluso a la creación de una versión distorsionada de la realidad. El enamoramiento no siempre se basa en un conocimiento profundo o una conexión genuina; más bien, se basa en proyecciones y deseos. Este estado puede llevar a tomar decisiones impulsivas y a actuar más por el deseo de posesión que por el verdadero bienestar de ambos involucrados. El enamoramiento es una experiencia emocional y física que puede ser impulsiva y estar ligada al ego. Su naturaleza es más reactiva que activa, y aunque puede evolucionar, no siempre lo hace de forma saludable.
El ego es un concepto fundamental en diversas filosofías y psicologías, y hace referencia a la parte de la psique humana que se relaciona con el sentimiento de individualidad o identidad personal. Puede entenderse como una construcción mental que busca definir quiénes somos y cómo nos percibimos a nosotros mismos en relación con el mundo y los demás.
El yo es una de las tres partes principales de la psique humana según la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud. Junto con el ello (que representa los deseos primarios e instintivos) y el superyó (la parte moral y ética de la psique), el yo actúa como mediador entre estos dos extremos. El yo, en este sentido, es la parte racional que busca la satisfacción de las necesidades personales de forma equilibrada, considerando las restricciones sociales y realistas del entorno. El yo se adapta a la realidad y es el responsable de las decisiones prácticas y del mantenimiento de nuestra identidad.
A menudo se piensa que el ego es una construcción del “yo” que tiene sus raíces en la identificación con experiencias, pensamientos y emociones. Se lo considera una barrera entre nuestro yo esencial o conciencia pura y la realidad universal. En muchas tradiciones espirituales, como el budismo o el Vedanta Advaita, el ego se considera la ilusión de separación, que nos hace sentir desconectados de todo lo demás. Es el concepto de “yo” individual lo que nos lleva a creer que estamos separados del mundo, de los demás y de todo.
El ego es lo que nos impulsa a buscar la aprobación, el reconocimiento y la validación externa. Está vinculado a nuestro sentido de autoestima, pero cuando se infla o se desequilibra, puede conducir a conductas egocéntricas, competitivas y egocéntricas, donde la persona se identifica demasiado con sí misma y olvida su conexión con los demás. Esto puede manifestarse en arrogancia, vanidad, miedo al fracaso y una necesidad constante de control.
El ego es el constructo mental y emocional que define nuestra identidad personal. Su función es útil en la vida diaria para interactuar con el mundo, tomar decisiones y mantener un sentido de coherencia interna, pero cuando se vuelve demasiado fuerte, puede conducir a conflictos internos, ilusiones de separación y una desconexión de quienes realmente somos a un nivel más profundo. El trabajo de muchas prácticas espirituales y de autoconocimiento es precisamente trascender el ego para conectar con una conciencia más universal y auténtica.
Un enamoramiento nacido del ego puede entenderse como un tipo de atracción o relación que está impulsada por los deseos, miedos y necesidades del ego, en lugar de un amor genuino basado en la conexión profunda entre dos personas. En este contexto, el ego se convierte en el principal impulsor de la experiencia emocional, buscando validación, control, la satisfacción de deseos personales o la protección de su propia imagen.
El enamoramiento egoísta suele basarse en una visión idealizada de la otra persona, proyectando sobre ella nuestras propias expectativas, deseos o necesidades no resueltas. En lugar de ver al otro ser humano con sus virtudes y defectos, el ego tiende a crear una imagen distorsionada, esperando que la otra persona llene los vacíos emocionales o cumpla nuestras expectativas. Esto puede hacer que la relación no sea auténtica, ya que lo que se ama no es la persona real, sino la proyección de lo que deseamos que sea.
En este tipo de enamoramiento, la persona puede sentirse atraída por otra con la esperanza de reforzar su propio sentido de valía. El ego necesita sentirse amado, admirado y apreciado, y mira a la relación como un espejo que refleja su importancia. La pareja se convierte en una fuente externa de validación y refuerzo de la identidad personal. Esto puede generar dependencias emocionales y una necesidad constante de aprobación.
El ego, al sentir que su identidad está ligada a la relación, puede temer profundamente la pérdida de la otra persona. Este miedo puede generar conductas controladoras, manipuladoras o posesivas, ya que la relación no es vista como un intercambio amoroso gratuito, sino como una apuesta por mantener el propio bienestar emocional. La pareja puede ser idealizada como un medio para aferrarse a la estabilidad emocional o a una sensación de seguridad.
El enamoramiento basado en el ego puede estar marcado por el deseo de mantener una imagen perfecta para los demás, o incluso para uno mismo. A veces, las personas en este tipo de relaciones presentan una versión idealizada de sí mismas, ocultando aspectos auténticos de su personalidad o vida, por miedo a no ser aceptadas. El ego prefiere relaciones que lo afirmen, en lugar de aquellas que lo desafíen o lo impulsen a crecer y transformarse.
Un amor que nace del ego tiende a ser condicional: “Te amo, pero sólo si haces lo que yo quiero” o “Te amo sólo porque me haces sentir bien”. En lugar de ser un amor incondicional que acepta al otro tal como es, el ego establece expectativas y puede romper la relación si esas expectativas no se cumplen. Es una forma de amor que depende más de lo que la otra persona pueda proporcionar en términos de satisfacción personal que de la autenticidad del vínculo.
El ego tiende a ver la relación como una forma de completar lo que le falta a uno mismo. Si alguien siente que le falta algo (como seguridad, felicidad o validación), puede buscar en la pareja idealizada la solución para llenar ese vacío.
Sin embargo, este enfoque no fomenta una relación de dos personas completas, sino de individuos que dependen uno del otro para sentirse completos.
Un enamoramiento nacido del ego se centra más en lo que la otra persona puede ofrecerme para satisfacer mis deseos y necesidades emocionales que en conocer y amar a la otra persona en su totalidad. Es un amor que puede estar condicionado por el miedo, el control y la idealización, y rara vez se basa en la conexión verdadera, la aceptación mutua y el crecimiento compartido. Este tipo de enamoramiento puede ser muy intenso, pero también frágil y propenso a desmoronarse cuando se desafían las expectativas o proyecciones del ego.
Amar está íntimamente relacionado con la práctica activa de valores. Amar implica un acto consciente, una elección de estar al servicio del otro, de reconocer su humanidad y de contribuir a su bienestar. Amar, entonces, no se limita a una emoción; se convierte en un conjunto de acciones, actitudes y decisiones cotidianas que reflejan respeto, cuidado, compromiso y empatía. En las grandes civilizaciones antiguas, como el cristianismo o algunas filosofías griegas y orientales, el amor era visto como un acto divino o trascendente, asociado a la compasión y la sabiduría. Por ejemplo, en la filosofía griega, Platón hablaba del amor como una búsqueda del bien supremo, un amor más allá del deseo físico, encaminado a la perfección espiritual y moral.
El verbo amar es la acción consciente de practicar virtudes y valores como el respeto, la comprensión y el cuidado de los demás, y puede implicar un amor que trascienda las emociones temporales.
Los valores son principios, creencias y normas que guían el comportamiento y las decisiones de las personas. Son lo que consideramos importante y correcto, y juegan un papel fundamental en cómo nos relacionamos con los demás y con el mundo que nos rodea. Los valores no sólo nos definen a nivel personal, sino que también influyen en la forma en que interactuamos con la sociedad y el tipo de comunidad que construimos.
En términos generales, los valores pueden ser morales (como la honestidad, la justicia y la compasión), culturales (como el respeto a las tradiciones y costumbres), personales (como la responsabilidad, la gratitud o la perseverancia) y sociales (como el trabajo en equipo y la cooperación).
Los valores son una especie de “brújula moral” que nos ayuda a tomar decisiones y priorizar lo que realmente importa.
Los valores son la base de lo que somos. Nos ayudan a definir nuestra identidad, nuestras metas y el propósito de nuestra vida. Si vivimos de acuerdo con nuestros valores, experimentamos una sensación de autenticidad y plenitud, porque nuestras acciones reflejan lo que realmente creemos y queremos ser. Sin unos valores claros, las personas pueden sentirse perdidas o vacías, ya que no cuentan con una base sólida sobre la que construir su vida.
Los valores son esenciales para la convivencia social. La cooperación, el respeto mutuo y la empatía, entre otros, son valores que permiten a las personas vivir juntas de forma pacífica y constructiva. Sin ellos, las sociedades serían caóticas y desordenadas, pues las personas actuarían únicamente en función de sus intereses personales sin tener en cuenta el bien común.
Los valores nos enseñan a respetar las leyes, tratar a los demás con dignidad y contribuir al bien común.
Cada vez que nos enfrentamos a una decisión, nuestros valores actúan como una guía interna. Nos ayudan a tomar decisiones en situaciones de conflicto, a determinar lo que es correcto o justo y a afrontar desafíos éticos. Cuando los valores son fuertes, la toma de decisiones se vuelve más clara y coherente, lo que reduce la incertidumbre y el estrés en la vida cotidiana.
Vivir según los propios valores genera un sentido de integridad personal. Cuando actuamos de acuerdo con lo que creemos que es correcto, experimentamos menos disonancia interna o conflicto entre lo que pensamos y lo que hacemos, lo que nos lleva a sentirnos más en paz con nosotros mismos. La contradicción entre los valores internos y las acciones puede causar angustia emocional, mientras que la alineación de ambos promueve la satisfacción y el bienestar.
Los valores son clave para establecer relaciones de confianza y respeto. Las personas que comparten valores similares suelen tener un mayor entendimiento entre sí, lo que facilita la construcción de vínculos sólidos y saludables. La honestidad, la lealtad, el amor y la generosidad son valores que hacen posible que las relaciones personales, familiares o laborales prosperen.
Los valores también son esenciales para el crecimiento personal. Al vivir según principios que promueven la bondad, la justicia o la perseverancia, las personas estamos en constante evolución, aprendiendo a ser mejores seres humanos. Los valores nos invitan a ser más conscientes de nuestros actos y a tomar decisiones que reflejen lo mejor de nosotros mismos.
A nivel colectivo, los valores tienen el poder de transformar el mundo. Cuando grandes grupos de personas se rigen por valores como la solidaridad, la paz y la equidad, pueden generar cambios significativos en la sociedad y en el mundo en general. Los valores humanos son la base de los movimientos sociales, de los avances en materia de derechos humanos y del progreso hacia una sociedad más justa y equilibrada.
Los valores son fundamentales porque dan sentido a nuestra vida. Nos ayudan a tomar decisiones, a relacionarnos con los demás de forma significativa, a mantener la paz interior y a contribuir al bienestar colectivo. Sin valores sólidos, la vida sería caótica, vacía de propósito y difícil de transitar. Son la base sobre la que se construye una existencia plena, ética y armoniosa.
El verbo amar, en su forma más profunda y auténtica, puede entenderse como la práctica activa y constante de los valores que configuran nuestra vida, nuestra ética y nuestras relaciones. Amar, en este sentido, no se limita a un sentimiento pasivo, sino que es una acción disciplinada y comprometida de vivir conforme a los principios que consideramos correctos, justos y compasivos. Amar no es sólo un acto de cariño hacia quienes están cerca de nosotros, sino una actitud hacia todo lo que nos rodea, desde la naturaleza hasta los seres humanos, los animales e incluso aquellos con quienes no compartimos vínculos estrechos.
Cuando hablamos de amar como práctica de valores de vida, estamos sugiriendo que amar es un compromiso diario con la ética y el bienestar de todos los seres vivos. Es un acto de disciplina, en el que cada uno de nuestros pensamientos, palabras y acciones está alineado con principios que favorecen la armonía, el respeto, la compasión y la justicia.
El amor verdadero, entonces, es un reflejo de la aplicación práctica de estos valores:
- Amar la Naturaleza: Implica actuar de forma responsable con el medio ambiente, respetando los recursos naturales y promoviendo la sostenibilidad. Amar la Tierra es ser conscientes de nuestras acciones diarias, reduciendo nuestra huella ecológica y contribuyendo al equilibrio natural.
- Amar a los animales: Significa tratarlos con respeto y dignidad, reconociendo sus derechos y protegiendo su bienestar. Los valores de compasión, empatía y no violencia hacia los animales son una extensión del amor hacia todas las formas de vida.
- Amar a los seres humanos: implica practicar la empatía, el respeto y la cooperación. Amar a los demás, incluso a aquellos con los que no compartimos una relación estrecha, significa actuar con generosidad y altruismo, sin esperar nada a cambio. Es ver en cada persona un reflejo de nuestra humanidad y reconocer su dignidad.
- Amar lo que está lejos: Este tipo de amor no sólo se dirige hacia lo que está cerca de nosotros, sino que también se extiende hacia causas globales, como la paz, los derechos humanos y la justicia social. Practicar los valores de la solidaridad, la igualdad y la justicia implica preocuparse por el bienestar de las personas que están lejos, ya sea en países o culturas diferentes.
Es perfectamente posible amar sin recibir amor a cambio porque el amor genuino no está condicionado ni depende de lo que recibimos, sino de lo que damos. El amor verdadero no busca retribución. No se trata de intercambiar afectos ni de esperar algo a cambio. Amar es un acto desinteresado que nace de nuestra esencia y se extiende a todos los seres, independientemente de que nos devuelvan ese amor. Es un regalo que damos sin esperar una recompensa. Amar es una decisión que tomamos a diario.
A veces amamos a personas que no nos aman, ya sea por falta de interés u otros factores. Sin embargo, el amor que practicamos es una expresión de lo que valoramos y creemos que es importante, más allá de la reciprocidad. Esta forma de amar es libre y no está determinada por las emociones o conductas de los demás. Amar sin ser amado implica reconocer que el amor no depende de que el otro sea perfecto, o actúe como esperamos. Amamos a pesar de las imperfecciones humanas, las diferencias y los desacuerdos. Este tipo de amor es incondicional, aceptando al otro como es, incluso si no somos amados en el mismo nivel. Incluso cuando no somos amados, el acto de amar tiene un poder transformador en nuestras propias vidas. Nos ayuda a crecer como personas, cultivando virtudes como la paciencia, la resiliencia, la generosidad y la compasión. Además, el amor genuino tiene el potencial de inspirar y cambiar a los demás, incluso si no siempre se manifiesta de inmediato. Cuando amamos sin esperar ser amados a cambio, conectamos con la energía universal del amor, que trasciende el ego y las expectativas. Este amor no se limita al individuo, sino que es una forma de ser parte de algo más grande, un flujo que va más allá de la relación con una sola persona o grupo. Es un amor que se ofrece al mundo en su totalidad, sin barreras ni condiciones.
El verbo amar es mucho más que un sentimiento: es la acción disciplinada de poner en práctica los valores fundamentales del respeto, la compasión y la justicia, no sólo hacia nosotros mismos y hacia quienes nos rodean, sino hacia todos los seres vivos. Y sí, es posible amar sin ser amado porque el amor genuino no busca recibir, sino que se da desde lo más profundo de nuestro ser, sin esperar nada a cambio, confiando en que el simple acto de amar es ya una forma de trascendencia y realización personal.
Si bien el verbo amar es la acción que implica voluntad y práctica, el Amor en su forma más sublime ha sido interpretado por muchas civilizaciones como una fuerza divina, universal, que abarca todas las formas de vida, la conexión con lo divino y con todo lo existente. En la antigua Grecia, el amor más elevado, el ágape, hacía referencia a un amor incondicional, trascendental, que no dependía de la reciprocidad, sino que emanaba de la conciencia del ser humano de su conexión con el universo y la divinidad. En las religiones monoteístas, el amor es concebido como la esencia misma de Dios: un amor que no conoce límites, que se ofrece sin esperar nada a cambio, que es eterno y desinteresado.
El amor en su forma más elevada es visto como una fuerza divina o universal que conecta a todos los seres y se manifiesta en aceptación, compasión y conexión profunda, más allá de cualquier interés personal.
La concepción de Dios como Amor ha sido una idea central en muchas religiones y filosofías a lo largo de la historia, especialmente en el cristianismo, donde Dios es visto como el origen y la esencia del amor puro e incondicional. Sin embargo, con el paso del tiempo, y particularmente en la evolución del pensamiento moderno, la idea del amor comenzó a reducirse a algo más limitado y, en muchos casos, a un sentimiento efímero, asociado únicamente a experiencias emocionales intensas y transitorias.
En el Renacimiento (siglos XIV al XVI) se produjo un renovado interés por el ser humano y sus capacidades. El pensamiento humanista comenzó a poner un fuerte énfasis en la razón, la individualidad y la libertad personal. Durante esta época, el amor comenzó a ser considerado más desde una perspectiva humana y emocional, en lugar de como un principio divino. El amor pasó a ser visto más como una experiencia subjetiva que como una virtud trascendental.
A medida que la ciencia y el racionalismo se fueron desarrollando durante los siglos XVII y XVIII, especialmente con figuras como Descartes o Newton, se fue produciendo una creciente separación entre la esfera espiritual (lo divino) y la esfera material (lo físico y lo emocional). Esto influyó en la forma en que las sociedades occidentales entendían el amor. Si antes se pensaba en él como algo divino y trascendente, ahora empezaba a percibirse más como una emoción efímera vinculada a la psicología humana.
El movimiento romántico fue clave para consolidar la visión del amor como un sentimiento intenso, pero fugaz. En la poesía, la literatura y el arte de la época, el amor se representaba como algo idealizado y pasional, pero también transitorio y a menudo doloroso. Las historias de amor de los románticos a menudo retrataban relaciones que, aunque intensamente profundas, terminaban trágicamente, lo que contribuía a la percepción de que el amor era efímero.
Con el auge del individualismo en la era moderna, las emociones humanas, incluido el amor, comenzaron a percibirse principalmente como experiencias personales y privadas. La idea del amor como un principio universal o divino fue reemplazada por la noción de que el amor era algo que se sentía y que variaba de persona a persona, dependiendo de sus circunstancias, deseos y emociones. Este cambio de enfoque desde lo colectivo hacia lo individual disminuyó la percepción del amor como algo eterno y lo convirtió en una experiencia más temporal y personal.
En el siglo XX, el psicoanálisis y las teorías psicológicas comenzaron a entender el amor desde una perspectiva más psicológica y biológica. Se lo asoció a procesos químicos y emocionales del cerebro, y se lo consideró a menudo como una respuesta a necesidades o deseos inconscientes. En esta línea, el amor comenzó a describirse como una respuesta emocional vinculada a la química cerebral o a patrones de conducta aprendidos, lo que lo hacía parecer más bien algo efímero y no algo trascendental.
Con la expansión de los medios de comunicación masivos y la cultura de consumo, el amor pasó a ser promocionado como algo comercializable. Las películas románticas, la publicidad y las redes sociales suelen retratar el amor de forma superficial, haciendo hincapié en sus aspectos emocionales y emocionantes, pero sin ahondar en sus aspectos espirituales o trascendentales. Esta comercialización contribuyó a la idea de que el amor es una sensación fugaz, algo que se busca pero que es difícil de mantener en el largo plazo.
El contraste entre el amor como sentimiento efímero y el amor como Dios
● En muchas tradiciones religiosas, el amor se entiende como un principio eterno y divino. En el cristianismo, por ejemplo, se describe a Dios como el amor mismo (1 Juan 4:8: “Dios es amor”). Este amor es incondicional, eterno y no depende de las circunstancias. No es efímero ni transitorio; es el principio que sustenta toda la creación.
● En la filosofía espiritual, especialmente en las tradiciones místicas, el amor es visto como un camino hacia la unidad con lo divino, una fuerza universal que trasciende las emociones humanas temporales. Este amor es una energía constante y pura, más allá de las fluctuaciones del ego y las pasiones humanas.
● En cambio, la visión moderna del amor como un sentimiento efímero ha estado más influida por una visión materialista e individualista de la vida, donde el amor se experimenta a través de sensaciones personales y emociones cambiantes. Aunque esto no significa que no exista un amor genuino y profundo en la experiencia humana, esta perspectiva ha contribuido a que el amor sea visto más como algo transitorio, condicionado por las circunstancias y las emociones.
La difusión de la idea del amor como un sentimiento efímero se originó con el tiempo, impulsada por cambios en la filosofía, la ciencia, la cultura y las normas sociales. La revolución del pensamiento racional y el individualismo hicieron que el amor se entendiera cada vez más como algo personal y temporal, separado de la divinidad y la trascendencia. Sin embargo, el amor como principio divino y eterno sigue siendo un ser profundo y transformador, que ofrece una conexión con lo divino y una base sólida para la compasión y la unidad universal.
En este día en el que celebramos el Amor, te invito a ir más allá de lo superficial, más allá de la ilusión de enamorarse y del Ego que nos dice que sólo amamos cuando somos amados. El Amor verdadero es mucho más que un sentimiento efímero, es una práctica profunda de respeto, empatía y sabiduría que nace de lo más puro de nuestro ser.
Hoy, más que nunca, es momento de amar desde lo más profundo de nuestros principios, aquellos valores que nos unen a la naturaleza, a los seres vivos que nos rodean y, sobre todo, a nuestra propia esencia. Cuando el amor surge de esa verdadera conexión, el Ego se disuelve y lo que queda es la magia del Amor: una fuerza transformadora y sanadora, capaz de elevar nuestra consciencia y mantenernos en el aquí y ahora.
Que este 14 de febrero nos inspire a amar sin expectativas, a practicar el amor verdadero: ese que no se limita a un instante o a una relación, sino que fluye en todo lo que tocamos, vemos y sentimos. Amar es un acto de vida, es la sabiduría del ser, la comprensión profunda de que todo lo que somos y hacemos está interconectado.
Al eliminar de nuestro corazón todo rastro de falso enamoramiento, nos abrimos a un amor más grande, más puro, que trasciende cualquier barrera. Un amor que nos hace libres, que nos une en armonía y que tiene el poder de proteger nuestra conciencia y sabiduría.
Que la magia del Amor verdadero ilumine este día y cada uno de los días de nuestra vida. Que este amor nos transforme y nos recuerde que somos uno con todo lo que existe.
Con todo nuestro amor y agradecimiento por ser parte de este hermoso pueblo, en Vallarta Hoy te abrazamos con el alma en este día del Amor!