Cultura para combatir la violencia.

Interés humano
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Conozcamos el Origen de la Paz.


La violencia en Puerto Vallarta, como en muchas otras regiones, es el resultado de una compleja combinación de factores sociales, económicos, culturales y estructurales.

Los casos de violencia extrema entre personas sin hogar y la inclinación de los jóvenes hacia actividades peligrosas o vinculadas al crimen organizado reflejan problemas profundos y multifacéticos.

Se analizan aquí las posibles causas de estas situaciones:

Las personas sin hogar viven en condiciones extremadamente precarias, lo que las hace más propensas a comportamientos violentos por diversas razones:

● Competencia por recursos escasos: En un entorno donde el acceso a alimentos, refugio y otros recursos básicos es limitado, pueden surgir conflictos extremos entre personas sin hogar.

● Desafiliación social: la exclusión de los sistemas de apoyo (familia, comunidad, instituciones) puede conducir a una pérdida de normas sociales y a un comportamiento más agresivo.

● Salud mental y adicciones: Muchas personas sin hogar enfrentan problemas de salud mental no tratados o consumen sustancias que perjudican su juicio y aumentan la probabilidad de comportamiento violento.

● Normalización de la violencia: En algunos casos, estos actos de violencia extrema pueden ser producto de un entorno donde la violencia es una respuesta común al conflicto.

La inclinación de algunos jóvenes hacia actividades vinculadas al crimen organizado o de alto riesgo responde a varios factores clave:

a) Desigualdad y falta de oportunidades económicas

● La falta de empleo digno y bien remunerado, combinada con la percepción de que el éxito económico es inalcanzable por los medios tradicionales, lleva a algunos jóvenes a buscar ingresos rápidos y sustanciales, incluso si ello implica altos riesgos.

b) Influencia del medio ambiente

● Normalización del crimen: En comunidades donde el crimen organizado tiene una fuerte presencia, los jóvenes pueden percibir estas actividades como una opción “normal” o aceptable.

● Glorificación del estilo de vida criminal: La influencia de los medios de comunicación, la música o las narrativas sociales que exaltan la riqueza y el poder asociados al crimen organizado puede ser un factor decisivo.

c) Debilidad del tejido social

● Falta de apoyo familiar: Las familias disfuncionales o con ausencias significativas pueden dejar a los jóvenes sin guías que promuevan valores positivos.

● Baja inversión en educación y recreación: Cuando no existen espacios adecuados para el desarrollo educativo, cultural o deportivo, los jóvenes buscan otras alternativas para llenar ese vacío.

d) Sentido de pertenencia y reconocimiento

● El crimen organizado o las actividades peligrosas ofrecen a algunos jóvenes un sentido de identidad, poder y pertenencia que no encuentran en otros entornos.

e) Impunidad y corrupción

● La percepción de que las autoridades son corruptas o incapaces de garantizar justicia refuerza la idea de que las actividades delictivas son una opción viable sin consecuencias graves.

El rápido crecimiento de Puerto Vallarta como destino turístico ha generado desigualdades y asentamientos informales donde las condiciones de vida son precarias, fomentando dinámicas de exclusión y conflicto.

Como destino turístico, Puerto Vallarta atrae no sólo visitantes, sino también redes criminales que buscan explotar el flujo de dinero y personas, lo que crea un ambiente propicio para que la delincuencia prospere, afectando tanto a los locales como a las personas sin hogar y a los jóvenes.

La ausencia de programas efectivos para la integración de las personas sin hogar y la prevención de la violencia juvenil limita las soluciones sostenibles a estos problemas.

La violencia extrema crea un clima de inseguridad que afecta la percepción de seguridad pública y la calidad de vida.

La ineficacia a la hora de abordar estos problemas puede erosionar la confianza de los ciudadanos en las autoridades.

Estos grupos pueden ser percibidos como problemáticos en lugar de recibir el apoyo necesario para su reintegración social.

La violencia y las conductas de riesgo en Puerto Vallarta tienen raíces complejas, pero también posibles soluciones si se abordan con estrategias integrales que combinen prevención, inclusión y fortalecimiento del tejido social.

La construcción de los actos de violencia se inicia en la gestación de la cultura porque influye directamente en la formación de creencias, valores, normas y actitudes de los individuos desde edades tempranas.

La cultura y la idiosincrasia determinan la manera en que las personas entienden las relaciones interpersonales, el poder, la autoridad y el conflicto. A continuación, se explica cómo y por qué sucede esto:

La cultura proporciona el marco en el que las personas aprenden lo que es aceptable o inaceptable.

Si una cultura normaliza o tolera la violencia como medio para resolver conflictos, imponer poder o controlar a otros, los individuos internalizan estas actitudes y las replican en su vida adulta.

Desde la infancia, las personas se socializan en función de los valores culturales predominantes.

Por ejemplo, en culturas donde la masculinidad se asocia con el dominio, la fuerza y ​​el control, los niños pueden aprender que la violencia es una forma legítima de expresar poder.

De la misma manera, las mujeres en estas culturas pueden ser socializadas para aceptar o tolerar ciertos actos violentos como "normales".

La familia es el núcleo inicial donde se aprenden las conductas. Si los modelos familiares incluyen dinámicas violentas, como el maltrato físico o psicológico, los niños las perciben como patrones normales de interacción, lo que perpetúa los ciclos de violencia en las generaciones posteriores.

Muchos mitos, historias y tradiciones culturales contienen mensajes que pueden glorificar la violencia o justificarla en ciertos contextos, como la guerra, el honor o la defensa de la familia.

Estas narrativas refuerzan actitudes que pueden conducir a comportamientos violentos en la vida adulta.

La cultura también incluye las estructuras sociales y económicas. En contextos donde hay desigualdad social, discriminación o marginación, la violencia puede surgir como una forma de expresar frustración o como una respuesta aprendida a la opresión.

La cultura que perpetúa estas desigualdades contribuye al desarrollo de actitudes violentas.

Las instituciones, como las escuelas, los medios de comunicación y el sistema judicial, reflejan y refuerzan los valores culturales.

Si estas instituciones no condenan la violencia o incluso la perpetúan, los individuos internalizan que es una herramienta válida para alcanzar objetivos o resolver conflictos.

En culturas que han experimentado traumas colectivos, como la guerra, la colonización o la violencia generalizada, estas experiencias moldean las actitudes hacia la violencia.

La transmisión intergeneracional de estos traumas puede fomentar la aceptación de la violencia como parte de la vida cotidiana.

Muchas culturas inculcan una relación jerárquica de poder en las interacciones humanas.

La violencia puede surgir como una forma aprendida de ejercer ese poder, especialmente en sociedades donde la autoridad se impone por la fuerza.

Cuando la cultura no promueve modelos de resolución pacífica de conflictos, habilidades emocionales o empatía, la gente recurre a la violencia como recurso aprendido.

Las creencias culturales influyen en las percepciones de la justicia, la moralidad y la autoridad. Por ejemplo, en culturas donde se acepta la “disciplina física” como necesaria para la crianza de los hijos, se perpetúa una visión en la que la violencia es una herramienta legítima para moldear el comportamiento.

Para reducir la incidencia de la violencia es necesario intervenir en los valores y estructuras culturales que la perpetúan. Esto incluye:

● Promover la educación emocional: Enseñar habilidades como la empatía y la comunicación no violenta.

● Transformar las narrativas culturales: repensar los mitos y las tradiciones que glorifican la violencia.

● Prevención temprana: abordar dinámicas familiares disfuncionales y brindar apoyo a niños en contextos vulnerables.

● Cambio estructural: reducir las desigualdades sociales y garantizar la igualdad de justicia.

La cultura y la idiosincrasia no son sólo expresiones de identidad, sino también fuentes de aprendizaje. La violencia, como cualquier otra conducta, se internaliza a partir de los mensajes que se reciben, consciente o inconscientemente, del entorno cultural.